El enfermo y su doctor.
Habiéndole preguntado un médico a un enfermo por su estado, contestó el enfermo que había sudado más que de costumbre.
-Eso va bien dijo el médico.
Interrogado una segunda vez sobre su salud, contestó el enfermo que temblaba y sentía fuertes escalofríos.
-Eso va bien -dijo el médico.
Vino a verle el médico por tercera vez y le preguntó por su enfermedad. Contestó el enfermo que había tenido diarrea.
-Eso va bien -dijo el médico, y se marchó.
Vino un pariente a ver al enfermo y le preguntó que cómo iba.
-Me muero -contesto- a fuerza de ir bien.
El estómago y los pies.
El estómago y los pies discutían sobre su fuerza.
Los pies repetían a cada momento que su fuerza era de tal modo superior, que incluso llevaban al estómago.
A lo que éste respondió:
-Amigos míos, si yo no les diera el alimento, no me podrían llevar.-
El eunuco y el sacerdote.
Un eunuco fue en busca de un sacerdote y le pidió que hiciera un sacrificio en su favor a fin de que pudiera ser padre.
Y el sacrificador le dijo:
- Observando el sacrificio, pido que tú seas padre; pero viendo tu persona, ni siquiera me pareces un hombre.
El fanfarrón.
Un atleta, que era muy conocido de sus conciudadanos por su debilidad, partió un día para tierras lejanas.
Volvió después de algún tiempo, anunciando que había llevado a cabo grandes proezas en distintos países; contaba con especial esmero haber hecho en Rodas un salto que nunca antes ninguno de los atletas coronados en los juegos olímpicos había sido capaz de realizar, agregando además que presentaría los testigos de su hazaña si algunos de los que allí se hallaban presentes venían alguna vez a su tierra.
Uno de los oyentes tomó la palabra y dijo:
-Oye, amigo: si eso es cierto, no necesitamos testigos; esto es Rodas, da el salto y muéstralo.
El gallo y la comadreja.
Una comadreja atrapó a un gallo y quiso tener una razón plausible para comérselo.
La primera acusación fue la de importunar a los hombres y de impedirles dormir con sus molestos cantos por la noche.
Se defendió el gallo diciendo que lo hacía para servirles, pues despertándolos, les recordaba que debían comenzar sus trabajos diarios.
Entonces la comadreja buscó una segunda acusación: que maltrataba a la Naturaleza por buscar como novias incluso a su madre y a sus hermanas.
Repuso el gallo que con ello también favorecía a sus dueños, porque así las gallinas ponían más huevos.
- ¡Vaya —exclamó la comadreja—, veo que bien sabes tener respuesta para todo, pero no por eso voy a quedarme en ayunas! —y se lo sirvió de cena.
El gato y las ratas.
Había una casa invadida de ratas. Lo supo un gato y se fue a ella, y poco a poco iba devorando las ratas.
Pero ellas, viendo que rápidamente eran cazadas, decidieron guardarse en sus agujeros.
No pudiendo el gato alcanzarlas, ideó una trampa para que salieran.
Trepó a lo alto de una viga, y colgado de ella se hizo el muerto. Pero una de las ratas se asomó, lo vio y le dijo:
— ¡Oye amiguito, aunque fueras un saco de harina, no me acercaría a ti!
El guerrero y los cuervos.
Partió un hombre para la guerra, pero en el camino, oyendo graznar a los cuervos, tiró sus armas al suelo y se detuvo.
Las tomó al rato nuevamente y prosiguió su marcha; más otra vez graznaron los cuervos. De nuevo se detuvo y entonces les dijo:
-¡Pueden gritar cuanto les venga en gana, pero no tendrán un banquete con mi carne!
Fábulas de Esopo
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