domingo, 28 de febrero de 2021

9 fábulas de Esopo

 El hombre al que mordió un perro.

Un perro mordió a un hombre, y éste corría por todos lados buscando quien le curara.
Un vecino le dijo que mojara un pedazo de pan con la sangre de su herida y se lo arrojase al perro que lo mordió. Pero el hombre herido respondió:
- ¡Si así premiara al perro, todos los perros del pueblo vendrían a morderme!

El hombre y el león de oro.

Un avaro que también era de ánimo apocado encontró un león de oro, y dijo:
-¿Qué hacer en este trance? El espanto paraliza mi razón; el ansia de riqueza por un lado y el miedo por otro me desgarran. Qué azar o qué dios ha hecho un león de oro? Lo que me sucede llena mi alma de turbación; quiero el oro, y temo la obra hecha con oro; el deseo me empuja a cogerlo, y mi natural a dejarlo. ¡Oh fortuna que ofrece y que no permite tomar! ¡Oh tesoro que no da placer! ¡Oh favor de un dios que es un suplicio! ¿Qué haré para que venga a mis manos? Volveré con mis esclavos para coger el león con esta tropa de amigos, mientras yo miro desde lejos.


El hombre y el león viajeros.

En cierta ocasión viajaban juntos un hombre y un león. Iban disputando que quién era más, cuando al pie del camino encontraron una estela de piedra que representaba a un hombre estrangulando a un león.
- Ahí ves cómo somos más fuertes que vosotros dijo el hombre enseñándosela al león.
- Si los leones supieran esculpir - respondió el león con una sonrisa-, verías a muchos más hombres entre las garras del león.


El hombre y el sátiro.

Dícese que en otro tiempo un hombre concertó un pacto de amistad con un sátiro. Llegó el invierno y con él el frío; el hombre arrimaba las manos a la boca y soplaba en ellas. Le preguntó el sátiro por qué lo hacía. Repuso que se calentaba la mano a causa del frío.
Sirviéndose luego de comer y los alimentos estaban muy calientes, y el hombre, cogiéndolos a trocitos, los acercaba a la boca y soplaba en ellos. Preguntó le otra vez el sátiro por qué lo hacia. Contestó que enfriaba la comida porque estaba muy caliente.
-¡Pues escucha-exclamó el sátiro, renuncio a tu amistad porque lo mismo soplas con la boca lo que está frío que lo que está caliente!


El hombre y la estatua.


Un pobre tenía una estatuita de un dios, al que suplicaba que le diera la fortuna; pero como su miseria no hacía más que aumentar, se enojó y, cogiendo al dios por un pie, le golpeó contra la pared.
Se rompió la cabeza del dios, desparramando monedas de oro. El hombre las recogió y exclamó:
- Por lo que veo, tienes las ideas al revés, además de ser un ingrato, porque cuando te adoraba, no me has ayudado, y ahora que acabo de tirarte, me contestas colmándome de riqueza.


El hombre y la hormiga.

Se fue a pique un día un navío con todo y sus pasajeros, y un hombre, testigo del naufragio, decía que no eran correctas las decisiones de los dioses, puesto que, por castigar a un solo impío, habían condenado también a muchos otros inocentes.
Mientras seguía su discurso, sentado en un sitio plagado de hormigas, una de ellas lo mordió, y entonces, para vengarse, las aplastó a todas.
Se le apareció al momento Hermes, y golpeándole con su caduceo, le dijo:
-Aceptarás ahora que nosotros juzgamos a los hombres del mismo modo que tu juzgas a las hormigas.


El homicida.

Un hombre que había cometido un homicidio era perseguido por los familiares de la víctima.
Pero llegando a orillas de un río, tropezó con un lobo y, huyéndole, se subió a un árbol de la orilla; y cuando estaba allí subido miró una serpiente que trepaba hacia él, por lo que optó por echarse río, donde terminó en la boca de un cocodrilo.

El jardinero y el perro.

El perro de un jardinero había caído en un pozo.
El jardinero, por salvarle, descendió también. Creyendo el perro que bajaba para hundirlo más todavía, se volvió y le mordió.
El jardinero, sufriendo con la herida, volvió a salir del pozo, diciendo:
-Me está muy bien empleado; ¿Quién me llamaba para salvar a un animal que quería suicidarse?


El jardinero y las hortalizas.

Un hombre se detuvo cerca de un jardinero que trabajaba con sus legumbres, preguntándole por qué las legumbres silvestres crecían lozanas y vigorosas, y las cultivadas flojas y desnutridas.
- Porque la tierra-repuso el jardinero-, para unos es dedicada madre y para otros descuidada madrastra.








Fábula de Esopo


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