domingo, 28 de febrero de 2021

8 Fáfulas de Esopo

 El canoso y sus dos pretendientes.

Un hombre ya canoso tenía dos pretendientes, una joven y otra más vieja.
 Apenada la de mayor edad de tratar con un hombre más joven que ella, cada vez que él la visitaba le quitaba los cabellos negros.
 A su vez la más joven, no queriendo tener por amante a un hombre viejo, le arrancaba los cabellos canos.
 Con esto sucedió que el hombre, pelado alternativamente por una y por la otra, se quedó completamente calvo.

El carnicero y los dos jóvenes.

Hallándose dos jóvenes comprando carne en el mismo establecimiento.
 Viendo ocupado al carnicero en otro sitio, uno de los muchachos robó unos restos y los arrojó en el bolsillo del otro. Al volverse el carnicero y notar la falta de los trozos, acusó a los dos muchachos.
 Pero el que los había cogido juró que no los tenía, y el que los tenía juró que no los había cogido. Comprendiendo su argucia, les dijo el carnicero:
 — Podéis escapar de mí por un falso juramento, pero no escaparéis ante los dioses.

El castor.

El castor es un animal que vive en los pantanos. Ciertas de sus partes sirven, según dicen, para curar algunas enfermedades. Por eso cuando se ve descubierto y perseguido para cortarle las partes, sabiendo por qué le persiguen, huye hasta alguna distancia, sirviéndose de la rapidez de sus pies para conservarse intacto; pero cuando se ve perdido, él mismo corta sus partes, las arroja y salva de este modo su vida.


El cazador de pájaros y el áspid.

Un cazador de pájaros cogió la liga y las ramitas untadas y partió para la caza. En el camino vio a un tordo encaramado en un árbol elevado y se propuso cazarlo, para lo cual ajustó las varitas como suelen hacerlo y, mirando fijamente, concentró en el aire toda su atención. Mientras alzaba la cabeza, no advirtió que pisaba un áspid dormido, el cual, revolviéndose, le mordió. Y el cazador, sintiéndose morir, exclamó para sí:
 - Desdichado! Quise atrapar una presa, y no advertí que yo mismo me convertía en presa de la muerte.


El cazador miedoso y el leñador.


Buscando un cazador la pista de un león, preguntó a un leñador si había visto los pasos de la fiera y dónde tenía su cubil.
 - Te señalaré el león mismo. -dijo el leñador.
 - No, no busco el león, sino sólo la pista- repuso el cazador pálido de miedo y castañeteando los dientes.


El cazador y el pescador.

Regresaba un cazador con sus perros y su producto, cuando topó con un pescador que también regresaba de su pesca, ambos con sus cestas llenas.
 Deseó el cazador tener los peces, y el dueño de los peces, las carnes. Pronto convinieron en intercambiarse las cestas. Los dos quedaron tan complacidos de su trato que durante mucho tiempo lo siguieron haciendo día a día.
 Finalmente un vecino les aconsejó:
 -Si siguen así, llegará el momento en por tan frecuente intercambio, arruinarán el placer de ello, y cada uno deseará quedarse solamente con lo que obtuvo.


El cerdo y los carneros.

Se metió un cerdo dentro de un rebaño de carneros, y pacía con ellos. Pero un día lo capturó el pastor y el cerdo se puso a gruñir y forcejar.
 Los carneros lo regañaban por gritón diciéndole:
 — A nosotros también nos echa mano constantemente y nunca nos quejamos.
 — Ah sí — replicó el cerdo —, pero no es con el mismo fin. A ustedes les echan mano por la lana, pero a mí es por mi carne.


El ciego.

Érase una vez un ciego muy hábil para reconocer al tacto cualquier animal al alcance de su mano, diciendo de qué especie era. Le presentaron un día un lobezno, lo palpó y quedó indeciso.
 -No acierto - dijo, si es hijo de una loba, de una zorra o de otro animal de su misma cualidad; pero lo que sí sé es que no ha nacido para vivir en un rebaño de corderos.









Fábulas de Esopo





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